domingo, 7 de septiembre de 2008

2. Contactos III

Eloise y yo comimos en un pequeño restaurante italiano cerca de la Benet Corporation con unas maravillosas vistas a un matadero de tortugas. Mi comida se redujo a una copa bourbon y un paquete de cigarrillos. Eloise estaba acostumbrada a mi dieta y no comentó nada, a diferencia de aquella medio relación que tuve con doce años que no podía parar de hablar y de explicar lo que comía, dejaba de comer y comentar su dieta macrobiótica a base de vomitos y lavativas orales. Para que se callara de una vez y me dejara tranquilo con la forma de vida que había elegido no me quedó más remedio que meterle siete hamburguesas a la vez por uno de sus orificios corporales y abandonarla borracha y disfrazada de oso panda en Tijuana.


Eloise pidió un plato de tortellini y un buen vaso de vino.

 ¿Qué te cuentas, Eloise? ¿Algo nuevo en el despacho del alcalde?

 Si yo hablara. Ese despacho es un nido de putas. Pero de mi boca no saldrá nada. No voy a ser yo la que tire piedras sobre su propio tejado. Criticar al jefe es como criticarte a ti misma y yo no soy de esas que van largando todo lo que saben al primero que encuentran. Dios me libre de hacer eso. Pero el alcalde… menudo es… Un putero con todas las letras. Con las siete. Nada más decirte que el otro día entro en el despacho y me dice mira Eloise, límpiame bien ese sofá que le han salido unas manchas muy raras y no se van con nada, ni con agua ni con soda, porque la soda mano de santo para las manchas, sobre todo de sangre porque hace años limpiaba en la casa de Toni “Dedos cerdos” Romano y cuando lo mataron a tiros a él, a toda su banda y a toda su colección de cerdos chinos pues adivina quien fue la guapa que tuvo que limpiar toda la sangre… pues yo… hala… que la poli será muy buena para lo suyo o de eso le gusta presumir, pero para coger un mocho, no, eso no, es que no lo dice el reglamente, reglamento te daría yo, porque como estaba la casa de Toni... no solo de sangre, no, que allí había de todo, como estaba tan gordo... era uno de los hombres más gordos que había visto en mi vida, pero no tanto como mi suegro, que el diablo lo tenga a su derecha, que mató a tres esposas intentado tener un heredero, pero bueno, esto ya se lo he contado antes... ¿por dónde iba? A sí, el alcalde, pues va y me dice que limpie la mancha y yo que me pongo dale que te dale y mira… manchas raras… una mierda de raras. Si yo ya sabía que era todo eso… si hasta aun olía… olía al cuarto de mi hijo pequeño que tiene catorce años y se pasa todo el día metido en su cuarto dale que te pego… sabía yo bien que era eso. No zumo, precisamente. ¡Pero si encontré unas bragas en la papelera! Y no era de la talla de su mujer precisamente. Un guarro, no te digo más. Un cerdo, con permiso de Toni que era el más cerdo de todos… ¡cómo se reía cuando se lo decía! Pero es que la alcaldesa…. qué bicho… es más idiota… para mí que tiene que llevar veinte años estreñida porque sino no se entiende la cara de contrahecha que me tiene… Me da una manía, pero en fin, de todo hay en la viña del señor, o eso dicen los curas, pero esos, bueno... para hacerles caso... y porque no me pongo a contar lo que sé de la alcaldesa… porque si no arde Troya… mucha afición a la hípica es lo que tiene, ya me entiende… Aunque te digo una cosa, el día que yo me decida hablar y explicarlo todo se cae esta ciudad a trozos.

 ¿Y qué tal por la Benet Corporation? ¿Algo que me puedas explicar?

Eloise me miró fijamente y por primera vez desde que nos conocimos permaneció más de cinco minutos en silencio.

 No hay mucho que explicar.

 Vamos, Eloise, en una oficina tan grande…

 Es que…

 Elosie… Sabes que somos amigos. Nada de lo que me cuentes saldrá de esta mesa. ¿Alguna vez te he engañado?

 No es eso, no es que desconfíe de ti. Es que allí dentro… Bueno… yo estoy bien, soy la fregona y nadie se mete conmigo. Es que allí no pasa nada, para ser una empresa tan grande…

 ¿Hay alguna asesoría fiscal o algo parecido?

 Uff… tres o cuatro.

 La jefa es una gorda inútil.

Eloise abrió enormemente los ojos al oír eso.

 Mira Cooper, no hables así de las personas que no conoces. La señora Cummings es una bellísima persona.

 Perdona, Eloise.

 ¿Y qué interés tienes tú en la señora Cummings? ¿No la querrás meter en un lío?

 No, es una información adicional para un caso.

 Pues la señora Cummings no tiene nada que ocultar, ¿vale? Y en la empresa no pasa nada importante.

 ¿Quién trabaja con la señora Cummings?

 Su secretaria, un abogado… buena gente… y su sobrino, pero son buena gente.

 ¿Me podrías hablar de ellos?

 ¡Son buena gente! No tienen nada que ocultar… y son mis amigos.

 Perdona, Eloise… solo una pregunta más, ¿trabaja allí dentro una tal Diane Tremayne?

Permaneció pensativa unos segundos.

 No. No conozco a nadie que se llame así. Pero allí dentro trabaja mucha gente. Y perdona por haberte hablado así… es que hablar mal de gente que quiero… no puedo hacerlo.

 No te preocupes Eloise. Sigues siendo mi ángel.

 Y usted, ¿no me cuenta nada?

Eloise no me había contado nada importante. Estaba completamente seguro que sabía a la perfección lo que pasaba allí dentro. Pero por algún motivo que solo ella conocía no quería decir nada. No iba a presionarla. De momento.


Era mi turno.

Un pacto es un pacto.


Me acomodé en la silla, me encendí un cigarrillo y le conté un caso que me contó un colega antes de que la mafia canadiense le colocará de un disparo los testículos por lentillas. Dos hermanas. Una hermana mata a la otra por envidia. Hasta aquí todo normal. Envidiaba a su hermana porque ésta había sido siempre la guapa de la familia, la que poseía ángel, la que enamoraba a todo el mundo, la que fumaba y no se le ensuciaban los dientes y la que tenía el pelo más limpio. Ella era la antítesis de todo eso. Durante toda su inútil vida fue acumulando un odio progresivo hacia la perfección de su hermana, hacia la fascinación que ejercía sobre sus padres, hacia el encanto, la simpatía y el amor que despertaba en todos los conocidos. Hasta que una noche le clavó un hacha a su hermana en los omóplatos y le arrancó el cuero cabelludo a mordiscos. Lo hizo pasar por un suicidio. La descubrieron porque en el entierro, cuando el cura dijo lo de “descanse en paz”, ella empezó a reírse y a reírse diciendo que ahora ella era la guapa de la familia y que por fin tenía el pelo limpio. La detuvieron. La interrogaron y llegaron a la conclusión, después de consultar con catorce psiquiatras, que sufría cuatro o cinco enfermedades mentales: quintuple personalidad (una mujer, un hombre, un bebé de meses, una princesa rusa y una puerta), ataques graves de esquizofrenia, un ego anormalmente disminuido, paranoia, manía persecutoria y veía a todas horas hombrecitos verdes.

Volví a mi despacho. Betty se había ido temprano porque había quedado con una pareja de hermanos siameses y tenía que encontrar a una amiga que quisiera salir con ellos. Me había dejado un mensaje escrito en la pared con barra de labios. Había llamado la señora Tremayne. Había dejado un número de teléfono. Llamé.

Al tercer timbrazo se oyó la voz de mi cliente.

 ¿Alò?

 ¿Qué quería señora Tremayne?

 ¿Quién es?

 Cooper.

 Oh… hola detective… - su voz adquirió el tono seductor de una gata atrapada en una prensa hidráulica.

 Sí, hola.

 ¿Cuánto tiempo, no?

 No el suficiente.

Se puso a reír como una hiena en celo que hubiera visto caerse a una vieja.

 ¡Qué gracioso es usted! No se porque intuyo que usted siempre me hará reír.

 Al grano, sra. Tremayne. ¿Por qué me ha llamado?

El todo de su voz cambió al instante. De ser una versión de dos dólares de Mata Hari pasó a convertirse en una emperatriz del dolor de ciencuenta centavos.

 Esta mañana he recibido otra carta. Piden 50.000 dólares. Que los lleve mañana a la estación de autobuses a las nueve de la mañana y deje el dinero en una consigna. Una vez echo que me vaya. Que no llame la atención y que vaya sola. Me han enviado una llave. Dicen que tire la llave una vez hay dejado el dinero, que no la tire antes, y esto lo han recalcado mucho. Pero, si tiro la llave, ¿cómo podrán abrir ellos?

 Supongo que tendrán una copia.

 Claro… es lógico… es usted increíblemente sagaz… ¿se dice así, verdad?

Suspiré.

 ¿Qué puedo hacer, sr. Cooper?

Y empezó a llorar. Largos y ruidosos sollozos desde el otro lado del teléfono. Sorbidos de mocos y retahílas de “Ay señor” y “Porque lo malo solo le pasa a las personas buenas”.

 Haga lo que le piden. Yo estaré vigilando la consigna. Veré quien recoge el dinero y todo habrá acabado. Tengo alguna idea de quién es el que está detrás de todo esto, pero aun es pronto para dar nombres. ¿Le ha comentado a alguien que me ha contratado?

 No, a nadie.

¿Tiene algún problema para conseguir el dinero?

 Ninguno. Tengo unos ahorrillos personales en el cajón de la lenceria, entre mis braguitas de fantasia...

 Por favor, señora Tremaine... no entre en detalles. ¿De acuerdo entonces?

 Completamente de acuerdo, sr. Cooper. Tengo miedo. Mucho miedo de lo que pueda pasar. Suerte que usted está de mi parte. Se le ve tan fuerte y seguro… Tan hombre… tan como lo que yo he estado buscando toda la vida… Y yo soy tan débil… tan femenina y necesitada de protección y amor.

 Sra. Tremayne, no estoy de su parte. Eso que quede claro. Estoy de parte de su dinero. Es mucho más bonito e inteligente que usted. Y discúlpeme. Con un poco de suerte mañana habrá acabado todo y solo nos volveremos a ver el día que cobre mis honorarios.

 Qué Dios le bendiga sr. Cooper.

Colgué.

Esta mujer me sacaba de quicio. Me encendí un cigarrillo. El griego de la habitación de al lado lanzó uno de sus ya famosos eructos que hicieron saltar un par de alarmas y que los perros y las viejas se creyeran que había llegado el día del juicio final. Me preguntaba que ocurría dentro de la Benet Corporation para que una sindicalista violenta como Eloise hablara bien de sus jefes. Eso no era normal. Y la imagen de David Gardfiel en el periódico… Realmente esperaba que todo acabara en un par de días. Mi vida era aburrida y sin complicaciones y así quería que siguiera.

Aunque Adriana podría complicarme un poco la vida.

No te ilusiones. Recuerda lo que les pasa a todas las mujeres que se acercan demasiado a ti.

Recuerda Manila.

Sonó el teléfono.

Contesté.

Antes de que yo pudiera decir Sprachgeschichte, colgaron.

1 comentario:

Mara Oliver dijo...

Sprachgeschic... nah, no me sale.
Me encantan tus diálogos en esta historia, aunque la voz en off no tiene desperdicio.
Voy a por la nota al lector que me huele a noticias chungas :S
¿qué será? solo Eloise lo sabe y la muy perra no me lo va a contar, tendré que leerlo ;)
besotes!