domingo, 31 de agosto de 2008

2. Contactos II

Sin otra cosa que hacer en el despacho decidí salir a dar una vuelta. Betty había acabado de arreglarse las uñas y había empezado con las pestañas. Decidí no decirle nada y salí sin hacer ruido; es mejor no interrumpirla cuando está inmersa en tan delicado trabajo. Quizá Betty era incapaz de ordenar unas hojas numeradas del uno al dos, pero era capaz de conseguir que sus pestañas parecieran obra de dios si se le daban un par de horas.


Cuando salí a la calle llamé a un taxi.

 ¿Dónde?

 A la Benet Corporation.


El coche arrancó suavemente deslizándose por la calzada con la misma tranquilidad de una bailarina entre los brazos de un par de maricas. Me había subido en el único taxi con respeto a la vida ajena de la ciudad. Cuarenta minutos después para recorrer seis manzanas, bajé del coche. Ante mí, la Benet Corporation. Era el tercer edificio más alto de la ciudad. Un monstruo de metal, acero y cristal coronado por un desfasado acabado art decó. Me acerqué a la entrada. Un portero extendió el brazo.


 ¿Dónde va?

 Quería entrar.

 ¿Por qué?

 Tengo una cita.

 ¿Con quién?

Me la jugué.

 Con la señora Ann Cummings. Tengo cita con el abogado que trabaja para ella.

Me miró como se mira a un negro en Alabama.

 Puede pasar. Piso veinticinco. Para usted no funciona el ascensor.


Hay que reconocer que tengo un magnetismo especial con las personas. Suelo provocar un odio enfermizo en cualquier forma de autoridad, aunque esta autoridad esté representada por un gilipollas vestido de rojo y con una gorra que no llevaría ni mi abuela cuando la tenían secuestrada los amish verdaderos, que en paz descanse.

Subí los veinticinco pisos a pie. Mi amigo de la puerta había avisado a su amigo del ascensor y para mí estaba estropeado. Como no me apetecía dejar a nadie huérfano decidí comportarme como un cobarde y subir a pie.

Doce cigarrillos después, estaba delante de las puertas de las oficinas de Ann Cummings, también conocida como Diane Tremayne. Me puse unas gafas de pasta que siempre me hacen parecer inofensivo a los ojos de las mujeres y entré. La oficina era el típico despacho cuya decoración había provocado más suicidios que la muerte de Rodolfo Valentino. Algunas mesas, todas vacías, una máquina de agua y en un pequeño rincón una máquina de café con algo de agua corrompida para hacerse un buen reconstituyente. Eran unas oficinas de interior por lo que la luz era mortecina, aburrida y ayudaba a sentirse miserable y sin ganas de vivir. Solo había una muchacha. Supuse que era la recepcionista.


 Buenos días  dije con mi mejor voz.

 Buenos días, desconocido.


Una preciosa voz de una preciosa muchacha de veinte años. De pelo negro y ojos verdes. Labios carnosos y la mirada de alguien que ha vivido más de lo que le supondría el jersey hasta el cuello y la crucecita que le caía sobre unos pechos bíblicos que podrían haber competido con los de la mismísima virgen María.


 Estaba buscando a la señora Ann Cummings.

 Lo siento mucho, sr…

 Finlay.

 Hoy es el día de la amistad.

 ¿El día de la amistad?

 Un día al mes la señora Cummings se va con todos sus empleados y su sobrino a un picnic de amistad. Por un día dejan de ser solo compañeros de trabajo y pasan a ser amigos, comen sobre un gran mantel en el parque, juegan a golpear la piñata, a pelota, a la botella…

 Suena tan…

 Repulsivo.

Sonrió de forma pícara y se mordió ligeramente el labio.

 ¿Y tú qué haces aquí?

 Aburrirme.

 ¡Qué pena!

 La oficina no puede quedarse sola. Alguien tiene que atender a los desconocidos y decirles que vuelvan mañana.

 Pero supongo que sí saldrá a tomar algo a media mañana.

 Solo si tengo buena compañía.

 ¿Y dónde podría encontrar esa compañía, srta…?

 Adriana. Creo que muy cerca.

Cuatro cigarrillos y seis orgasmos después abandonamos el cuarto de las escobas. Mientras Adriana se ajustaba las medias me preguntó si la llamaría algún día. Le dije que claro, que lo diera por supuesto.


 Espero que no te vayas a enamorar de mí. A mi novio no le haría gracia.

 No lo creo, tranquila.

 Pues nos vemos un día de estos.

 Tenlo por seguro.


Se puso de puntillas y me dio un pequeño beso en los labios. Se acabó de ajustar la falda y volvió a la oficina moviendo ese pequeño trasero que minutos antes había estado en mi boca.

Bajé los veinticinco pisos y salí a la calle descargado y extrañamente optimista. Compré un periódico y me metí en un bar llamado Silver tits para tomarme un par de whiskis antes de la hora de comer. Hice un par de llamadas desde la cabina por otros asuntos que tenía entre manos y me planté en la barra. Dejé el sombrero a un lado y me encendí un cigarrillo. El camarero, un ruso con pinta de irlandés, se acercó.

— ¿Qué va a ser, amigo?

Le miré directamente a los ojos. Era un tipo repulsivo. Una mezcla mal echa de un buho y un oso. Me acordé de una vez que fui con unos amigos a un circo de fenómenos que llegó al pueblo. Este tipo se parecía enormemente al increíble hombre ladilla.

— Un whisky.

— ¿No es un poco temprano para una bebida tan fuerte, amigo?

— Póngame el whisky.

— Mire que le puede sentar mal, amigo — y me puso una mano en el hombro.

Le cogí de las solapas.

— Mira, amigo. Primero, deja de llamarme amigo. Segundo, tomaré lo que me venga en gana a las horas en que me venga en gana. Y tercero, vuelve a tocarme y tendrás que aprender sorber pajitas por el culo para poder tomarte la sopa.


Le dejé ir. Sin volver a dirigirme la palabra me sirvió la bebida y dejó la botella. Le agradecí el gesto con mi más absoluto silencio.

Entretuve el tiempo leyendo el periódico. Nada interesante. Forajidos en el Savoy. Me hacían gracia estas películas de detectives y gansters. Aunque tenía que reconocer que por una mujer como Ava Gardner yo también cometería algunas estupideces. En el Rex hacían El fantasma y la señora Muir, con ese prodigio llamado Gene Tierney.

 Sí, cabrón  le dije a Dios , a veces haces las cosas bien.


El resto del diario era la esperada sarta de mentiras y la típica sucesión de corrupciones, asesinatos, violaciones, desmembramientos, abusos, canibalismos, zoofilia consentida y suiciods dentro de picadoras de carne industriales. Sin embargo, una noticia me llamó poderosamente la atención. En grandes titulares se anunciaba la compra de Tejidos Baker por parte de David Garfield. Aparecía en la foto elegantemente vestido dando la mano al bueno de Jeff Baker. Conocía la historia de Baker y sabía que por nada del mundo habría vendido el negocio familiar que con tanto esfuerzo había fundado su abuelo después de meses exterminando indios, cuaqueros y otras alimañas. Pero también conocía bien la historia de David Baker y conocía el tipo de argumentos que utilizaba cuando alguien no aceptaba su primera oferta. Sonreía a la cámara con una sonrisa casi infantil y se le veía dando una congelada palmada en el hombre de Baker. En un segundo plano, pero no con menos protagonismo, podía verse a su esposa Monique. Su fría mirada atravesaba la página del diario. David… con su cara de niño bueno… Monique con su cara de zorra agusanada… Los muy cabrones lo estaban consiguiendo.

Cerré el periódico intentando recuperar mi buen humor. Me llené el vaso y encendí un cigarrillo. Tenía que reflexionar sobre todo lo que me había contado Adriana. Sonreí al recordar a la muchacha. Menuda lengua. En todos los sentidos.


La dueña del negocio era una tal Ann Cummings, una mujer enorme e idiota que se creía una reencarnación femenina de Rockefeller. Con ella trabajaban dos personas. Anthony Lorre, abogado y como buen representante de esta especie, un chulo pagado de sí mismo que presumía de tener entre las piernas la octava maravilla del mundo.

 Y la verdad es que no es para tanto. Es uno de esos pesados que se han leído cuatro libros y lo hacen todo de manual. Tantos minutos con una teta, tantos con la otra, ahora una caricia… aburrido.

 ¿Y quién más trabaja?

 No hables… la lengua donde tiene que estar… ahh… sí… perfecto… Luego está la aburrida de Christine Davis. Una niñata con tanto pecho como cerebro, o sea ninguno. Es la secretaria personal de la sraaaaaaa… ¿cómo puedes ser tan malo? … Cummings. Tiene toda su confianza. Y luego está el sobrino. George no se qué… No se le conoces más vicios que la ópera y el cine, ni novias, ni novios, absolutamente nada… lo único que he podido sacarle es que un día de estos abrirá un local de jazz… aburrido…

 ¿Quién yo?

 No… tú eres muy simpático. Ahora por atrás. Aparta las escobas si te molestan. Así… uff… me encanta. Lo mejor de todo es que la odian.

 ¿Quién la odia?

 Todos. Y no me extraña. Es idiota. Y rica. La peor combinación. Pero no hablemos más y pégame un poco.

Adriana me contó más cosas. Por ejemplo que el sobrino no trabajaba directamente con Ann aunque se encargaba de varios de los asuntos de la oficina. Y que aunque nunca lo hubiera dicho, odiaba profundamente a su tia. Y pese a ser tan simpático con los otros dos, ella creía que en verdad los despreciaba. Y que Anthony Lorre iba mal de dinero por unas deudas de juego y por dos ex mujeres. Que Christine parecía una mosquita muerta, pero ella la había visto montárselo con dos tipos en una fiesta de la oficina, aunque estuviera casada. Y que Anthony Lorre y Christine estaban liados.

 ¿Y tú cómo lo sabes?

 Porque me gusta mirar. ¿A ti te gusta mirar?

 Sí.

 Pues mira lo que sé hacer sin utilizar las manos.


Me serví otro vaso. Quizá sí que volvería a llamar a Adriana. No solo por lo flexible que era, sino porque había hablado bien y estaba medio convencido que un día podría considerarla una amiga. Y por lo que me había dicho, este caso estaba casi cerrado. No era muy difícil sumar dos más dos aunque a Betty está pregunta le costó tres semanas. Por fin un caso fácil, un caso sencillo que me permitiría pagar mis deudas a los catalanes. Había llegado a mis oídos que éstos empezaban a ponerse nerviosos.

domingo, 24 de agosto de 2008

2. Contactos I

Me costó mucho conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos aparecían ante mí los crepusculares muslos de mi nueva clienta y su sonrisa presuntamente sensual buscando mi bragueta. Toda la noche pensando qué podía contener la carta que fuera tan importante para la señora Tremayne. A la fuerza tenía que ser algo más que una simple carta de amor. Eso provoca una discusión del marido, pero no un chantaje. Había algo más. Y no me gustaba nada que estuviera metida por medio la Benet Corporation, aunque fuera de una forma tangencial. Tendría que ir con cuidado si me veía en la necesidad de investigar dentro de la Benet. No me apetecía buscarme un nuevo enemigo y menos uno como Ben Andrews; el tipo de hombre al que no se debe tener ni a favor ni en contra. Aunque la historia de este tipo resultaba fascinante. Como había conseguido que una pequeña e insignificante inmobiliaria acabara convertida en uno de los grandes emporios de la ciudad y que abarcara desde la construcción de guarderías hasta el patrocinio de equipos de béisbol pasando por productoras de teatro musical o empresas editoriales. Se rumoreaba que parte de ese rápido ascenso se debía a negocios menos legales… Se hablaba de drogas, de prostitución, y de desapariciones en medio de la noche… solo rumores… Aunque ciertas fotografías en mi archivo y los restos en una bolsa de mi mejor amigo después de pasar la noche en una picadora de carne industrial podían demostrar había algo más que simples rumores. No me dormí hasta que el sol no empezó a iluminar la ciudad.

No llevaba dormido ni dos horas cuando sonó el teléfono. Contesté mientras me encendía un cigarrillo y empezaba a buscar una botella de bourbon que siempre guardo debajo de la almohada. El desayuno de los campeones.

Era Betty.

 Dime, cielo. ¿Qué quieres?
 Te llamo desde una cabina, Coop.
 Vaya, veo que por fin has superado el pánico que te dan los teléfonos públicos.
 Todos maduramos, Coopy. Verás, tengo un problema.
 Dime, nena. ¿Qué te pasa ahora? ¿Te has vuelto a romper una uña?
 No, Coop. No es tan importante. Es que no sé cuales son las llaves de la oficina y no puedo entrar.
 Bien muñeca. Tranquila. Respira hondo. Abre el bolso.
Oía sus jadeos a través del teléfono. Supuse que estaría intentando asimilar toda la información.
 ¿Ves el llavero de cuero con una sola llave donde está escrita la palabra oficina?
 Ajá…
 Pues esa es.
 ¿Es esta? Vaya… nunca lo habría imaginado… y eso que la veo cada día. Gracias Coop, eres un sol. Te veo luego.
 Espera encanto. Necesito que me localices a un par de personas.
 ¿Quiénes son?
 Apunta.
 ¿Con un boli?
 Sí, un con boli.
 Pues tenemos un problema.
 ¿Qué problema, nena?
 Pues que no tengo boli.
 ¿Y qué tienes?
 Un lápiz.
 Creo que nos servirá.
 ¿Seguro?
 Seguro, confía en mí.
 Siempre lo hago, Coop.
 Lo se, nena.
 ¿Qué apunto?
 Localízame a Eloise Ritter.
 ¿Nuestra fregona?
 Exacto. A Eloise y a Marie Loizeau. Es importante.
 De acuerdo. Cuando llegues a la oficina ya las tendrás localizadas.
 Gracias. Y prepara café. Se presenta un día duro.
 Hasta luego, jefe.

Y colgó no sin antes pillarse un dedo con la horquilla de la cabina.

Una hora después me presente en la oficina. Antes de subir y empezar con el asunto Tremayne, entré en el Golden rain, mi bar habitual para tomarme un reconstituyente. Allí me encontré a Betty, sentada a la barra, las piernas cruzadas, tomándose un enorme batido de chocolate y contándole a Lou, jefe, camarero y confidente, cuando se quedó encerrada en una sauna con el equipo femenino de natación sueco y como habían tenido que irse quitando ropa para sobrevivir. Betty era lo más cercano que una persona podría estar del renacimiento. Era una Venus de Botticelli echa carne. Era pura sexualidad, puro fuego, puro cuerpo y toda inocencia. Betty era una de las personas más buenas e inocentes que conocía.

 Así que imagínate Lou, yo allí, con veinte chicas más, todas desnudas, con mucho calor, todas sudando, apretadas, muy, pero que muy juntas, frotándonos y tocando sin querer parte íntimas, sudando y claro, que entre que sudas, que te frotas, que te tocan, pues que empiezas a coger confianza y de repente, sin venir a cuento, notó que entre las piernas me ponen una… ¡Hola Coopy!
 Hola cariño. ¿Qué haces aquí?
 Haciendo tiempo. Tengo tantas cosas en la cabeza que se me ha olvidado cuales eran las llaves de la oficina. Así que he entrado aquí y le estaba contando a Lou un par de historias, ¿verdad Lou?

Lou no contestó. En esos momentos estaba de viaje. Cogí una botella de bourbon de detrás de la barra y le dejé el dinero sobre el mostrador.

Salimos a la calle. Subimos a la oficina.

 Por cierto Coop, ¿a quién querías que localizara?
 No importa, muñeca. Ya lo hago yo. Tú… arréglate las uñas.
 Comprendido jefe  y me hizo un saludo marcial guiñándome a la vez un ojo. Lo único que pasaba es que Betty no sabía guiñar los ojos por lo que la dejé luchando con uno de sus pocas limitaciones físicas.

Primero intenté dar con Marie. Aunque de origen francés, era una buena persona; y una de mis mejores amigas. Marie era la dueña de Odradek Editores, una editorial de talante claramente de izquierdas que estaba especializada en ensayo filosófico y en literatura contemporánea tanto americana, como europea y oriental. Amiga de intelectuales, de políticos, de actores y de toda esa purria que estaba considerada como la aristocracia de la ciudad y que solo eran parásitos que se movían por modas y prejuicios, Marie había conseguido ciertas cotas de poder e influencia que utilizaba a su antojo para realzar o hundir lo que le interesaba. Desde la sombra marcaba las directrices de un par de importante periódicos, coleccionaba historias sórdidas de todo el mundo y todo el mundo le debía un favor. Era, en cierta manera, la dueña moral de la ciudad.

Me contestó su secretario.

 Lo siento, la señora Loizeau no está. Estará hasta el domingo en La Habana. Deje su nombre y el tema de su llamada y la señora Loizeau le llamará en cuanto pueda.
 Le dices que ha llamado Cooper. Que me llame. Es importante.
 Siento decírselo, pero al señora Loizeau es una mujer muy ocupada. No puede perder su tiempo con misterios o mensajes a medias. Dígame el tema que desea tratar con ella y un número de teléfono.
 Mira niñato. Dile lo que te he dicho. Te aseguro que el nombre de Cooper le bastará. Si en tres días no he recibido una llamada de ella y resulta que ha sido porque tú no le has avisado puedes irte despidiendo de tus testículos. ¿Queda claro? ¿Has vistos alguna vez como se capa a un caballo? Te aseguro que es una de las cosas más dolorosas y sangrientas que pueden hacérsele a un ser vivo. Tú decides.

Colgué enfurecido. Malditos críos de universidad.

Llamé entonces a Eloise. Tuve la suerte de encontrarla en casa justo cuando ella salía. Iba al trabajo y no podía quedarse hablando aunque era lo que le apetecía porque irse ahora a limpiar la mierda de otros, eso, bueno, le apetecía tanto como partirse una pierna por cuatro sitio o que le violara un oso sifilítico pero qué se le va a hacer, hay que trabajar, que Dios o lo que sea no nos ha hecho a todos ricos que sino otro gallo cantaría pero que podía quedar para comer si yo pagaba que ella iba mal de dinero con lo de la boda de la niña y la fianza de su madre; además, el que algo quiere algo le cuesta e invitarla a comer no me haría ningún daño.

Me encendí un cigarrillo.

Conocía a Eloise desde hacía muchos años. Venía todas las semanas tanto a casa como a la oficina y, mientras limpiaba el polvo o vaciaba las papeleras, me ponía al corriente de todos los rumores que corrían por la ciudad. Detenía su trabajo y apoyándose en la fregona empezaba a relacionar todas las noticias de la ciudad; tanto las que conocía de primera mano como las que le habían contado. Cuando acababa de hablar era mi turno. Yo le contaba algún caso. Pero no la versión oficial, sino la pura y dura verdad. Cuanto más violento y lleno de sangre, mejor. Ella fingía horrorizarse, pero siempre acababa con el mismo discurso. La vida ya no era como antes. En sus tiempos de joven sí que había buenos asesinatos… Y una de sangre… Ahora todos eran aficionados, todas las muertes parecían echas por niños. Mucha elaboración, pero poco corazón. Es que la gente cada vez se toma menos en serio su trabajo.

Pero Eloise era mucho más que una simple fregona. Era uno de los mejores confidentes que podía haber. Siempre he desconfiado de los chivatos de callejón y estación de tren, esos tipos de manos temblorosas y sudorosas que fuman colillas que encuentran los lavabos de los bares y siempre viajan acompañados por un par de moscas revoloteando su entrepierna. Siempre hablan por un precio y lo mismo lo hacen contigo que con la policía. No puedes fiarte de ellos. Su existencia depende de a quien venden la información. Y sus noticias se fundamentan en rumores, medias verdades y palabras susurradas. En cambio, una mujer de la limpieza es el chivato perfecto. Hablan porque les gusta hablar, no porque su vida dependa de ello. Suelen ser mujeres que están al corriente de los rumores de la ciudad. Entre ellas existe un pacto sagrado. Se lo cuentan absolutamente todo. Las mujeres de la limpieza se suelen reunir una vez por semana para merendar en una cafetería y allí cada una cuenta lo que sabe, y luego entre todas relacionan las diferentes historias. Así consiguen crear una red de informaciones, noticias y rumores. Saben donde se esconden todos los muertos que la gente oculta en sus casas. Conocen todos los secretos. Tienen acceso ilimitado a lugares que el resto de los humanos tienen prohibido. Y nadie les da importancia. Nadie interrumpe una conversación porque esté cerca una fregona. No existen para el resto del mundo. Y ellas, en silencio, calladas, siendo totalmente invisibles, consiguen saberlo todo de todo el mundo. Están en todas partes, pero en ningún sitio en concreto. Y no se corría el riesgo de que hablaran con la policía. Ellas solo comunicaban su sabiduría entre ellas y con las personas que tenían confianza. Su precio: un rumor por otro.

Y me interesaba hablar con Eloise… trabajaba en la Benet Corporation.

domingo, 17 de agosto de 2008

1. Noticias de un chantaje III

Descruzó las piernas. No llevaba bragas. Gracias a Dios los pliegues de carne que caían de sus piernas impidieron que viera algo más allá de las rodillas.

 Jess es un amigo. Un buen amigo. Solo un amigo, se lo juro por la salud de mi hijo. Soy una persona sociable e inquieta a la que le gusta conocer gente. Una de mis aficiones es cartearme con gente de todo el país. Ya sabe, contestar a esos anuncios que aparecen en los periódicos. En esa sección donde almas solitarias buscan almas solitarias para hacerse compañía. Siempre me había reído de esas personas y leía los anuncios con mis amigas para pasar un buen rato viendo lo cursi que pueden llegar a ser las personas solas. Sin embargo, cuando estaba a solas y sentía que este mundo no me comprendía, me leía esos mensajes con otros ojos. Ya no eran cursis, sr. Cooper, eran oasis de sensibilidad. En aquellos días vivía inmersa en una depresión que parecía no tener fin. En aquellos momentos era cuando más necesitaba contar con un amigo, pero a mi alrededor solo encontraba personas que me habían decepcionado. Sí, tenía amigas, pero ya sabe como somos las mujeres, aprovechamos la menos oportunidad para clavarnos un puñal si una lleva un color de uñas que no va a juego con el bolso… Buscada de forma desesperada a alguien en quien pudiera confiar. El ambiente en el trabajo era irrespirable y el ambiente familiar... Mejor no hablar de ello…

"Un día vi un anuncio que me llamó la atención. Era un hombre que solo buscaba una amiga con la que habla. Y esa amiga que buscaba se correspondía por completo a mi descripción. Una persona inteligente, culta, sensible, atractiva, que le gustara vivir la vida al máximo, las puestas de sol y la comida italiana. Y escribí. E inicié una amistad maravillosa con ese hombre. Y encontrar a esta bella persona hizo que me abriera a otros anuncios e inicié amistad con muchas de esas personas.

 ¿Solo con hombres?
 Dió esa casualidad. No era lo que pretendía, se lo juro por la salud de mi hijo. Llegó un momento que cada día recibía una carta y cada día escribía yo una. Cartas y más cartas llegaban a mis manos. Y lo único que podía hacer era escribir y escribir y escribir.
 ¿Recibía las cartas en casa?
 No, en mi oficina.
 ¿A qué se dedica?
 Asesoramiento jurídico a los más necesitados.
 Entiendo. Continúe.

 Era maravilloso . lanzó un suspiro al recordar aquellos buenos tiempos. Las paredes de mi oficina se abombaron por la presión . Pero pronto las cartas dejaron paso a las llamadas telefónicas. Y las llamadas telefónicas pasaron a ser encuentros en bares para desayunar para hacer verdad la amistad. Sin embargo, mis amigos no querían una simple amistad, no querían dos almas hablando de ellas mismas, sino que intentaban ir más allá. Ya me entiende… Yo estoy casada y quiero a mi marido, somos muy felices. Para no romper su felicidad no le he contado que soy amiga de tantos hombres. Es muy celoso, me quiere demasiado y no lo entendería. Le juro por la salud de mi hijo que nunca le haría daño.

“Como comprenderá, la situación era de lo más incómoda. Muchos desengaños han perfilado mi vida. La gente me decepciona continuamente. Me sentía perdida y a punto de caer en una nueva depresión. Hombres que conocía, hombre que pensaba que sería mi amigo, hombre que se veía dominado por la pasión y se enamoraba perdidamente de mí. Llegué a pensar en acabar con todo… En hacer una tontería con mi vida… Todo esto no tenía sentido… Llegué a pensar en destruir las cartas y no volver a escribir nunca más… Imagine lo desesperada que estaba.

“Entonces entró Jess en mi vida. El camino fue el mismo que con los otros, pero más especial. De las cartas al teléfono, del teléfono a las citas. Pero él era diferente. Él me escuchaba y me miraba a los ojos. ¡Me miraba a los ojos! Por fin un hombre que no se interesaba solo en mi físico… Cada vez que nos veíamos nos abríamos un poco más. Ya me entiende… Podía hablar con él de todo, de mi familia, de mi trabajo, de mis conocidos… Me escuchaba, me entendía y no me juzgaba. Una alma gemela. Y no había presiones de ningún tipo. Era maravilloso. Y pasó lo que tenía que pasar… Al final nos enamoramos. Y al contrario de lo que dicen las novelas, el amor no trajo la felicidad. Él también estaba casado. Pero su matrimonio es un infierno, su mujer no le entiende y está planeando dejarla, pero no puede porque se siente obligado con ella porque le pago sus estudios y porque les une su hijo Paul, un niño maravilloso con el que también me escribo. Este niño ha sido una de las cosas más hermosas que me han pasado en la vida. Jess y yo nos enamoramos, pero nunca lo confesamos abiertamente. Respetamos a nuestras familias. Y nuestra amistad. Nos enamoramos como dos adolescentes. La misma timidez y confusión. La misma inocencia. El mismo rubor cuando nuestras manos se acariciaban sin buscarlo o nuestras miradas se cruzaban. No había ni un asomo de maldad en nosotros. Todo era inocencia, pureza y decencia. Se lo juro por la salud de mi hijo.

“Disculpe mis lágrimas, sr. Cooper. No puedo evitar emocionarme.

“Los miércoles era el día que nos encontrábamos. Íbamos a un bar y allí hablábamos durante horas de su vida y de la mía. Conectábamos tan bien… Era maravilloso tener un amigo como él. Hasta que llegó aquel miércoles. Era como cualquier otro. Yo nunca hubiera sospechado nada. Yo hablaba y hablaba y hablaba de mi vida, de mis esperanzas, de mis frustraciones, de mis sueños y de las concesiones que han construidos los eslabones que forman la cadena de mi vida. Él callaba. Tenía la mirada baja y no buscaba como en otras ocasiones mis ojos. Le pregunté qué pasaba. Me cogió una mano, me miró directamente a los ojos. ¡Qué mirada sr. Cooper! Abrió totalmente el alma. Me dijo todo lo que sentía y todo lo que yo tenía tanto miedo de oír. Fueron tan hermosas sus palabras, tan hermosas… Nunca un hombre se ha expresado igual… Si ha estado enamorado alguna vez entenderá lo que quiero decir… Confesó que estaba perdidamente enamorado de mí, que nunca había encontrado a una mujer como yo, que me amaba con todas sus fuerzas y que estaba dispuesto a renunciar a toda su vida, a su mujer, a su hijo, a su familia, solo para estar conmigo.

“Y me besó.

“No pasó nada más, sr. Cooper. Se lo juro por la salud de mi hijo. Soy una mujer casada y el respeto que siento hacia mi marido no lo supera nada en el mundo. Pero aquellas palabras me confundieron. Al día siguiente, la confusión seguía en mi interior. Y para poner en claro mis ideas escribí una carta que él no recibiría nunca donde ponía en claro todos mis sentimientos. Puse palabras que se dijeron y situaciones que se produjeron. Escribí los nombres, los lugares. Lo escribí todo. Una carta donde puse lo mejor de mi sensibilidad. Y esa es la carta que ha desaparecido y con la que esos monstruos juegan. Necesito su ayuda, sr. Cooper, necesito su ayuda como nunca he necesitado la ayuda de alguien que quisiera ayudarme y ayudar a alguien que necesita que le ayuden.

Acabó su monólogo entre sollozos. Su historia y sus lágrimas eran tan falsas como las promesas de virginidad de una pelirroja. Solo me creí la mitad de lo que había explicado. Quería aparecer ante mis ojos como una virtuosa esposa, amante y madre, pero yo estaba convencido que entre ese Jess y ella había habido algo más que suspiros y miradas. La imagen de un hombre manteniendo relaciones sexuales con alguien como Diane Tremayne, los muslos de ella abiertos, separar los pliegues de la carne para llegar… Eliminé la imagen de mi mente y me serví una copa. Si seguía relacionando el sexo y las mujeres con lo que tenía delante, mis gustos cambiarían y empezaría a frecuentar los lavabos de caballeros de la estación de tren. Y no quería acabar así. Me centré otra vez en ella, en la habitación y en lo que tenía que hacer. Si ella quería jugar a ser virtuosa no iba ser yo quien se lo impidiera. Un cliente es un cliente y su dinero es lo único que importa. Decidí aceptar el caso.

 De acuerdo. Haré lo que pueda. Le advierto que mis honorarios son elevados.
 No importa el precio.
 Déme trescientos. Cuanto necesite más la avisaré.

Abrió el bolso y me dio el dinero sin rechistar.

 Un par de preguntas más y dejo que se marche, señora Tremayne. ¿Cuándo notó la desaparición de la carta?
 Hace dos días.
 ¿Dónde la guardaba?
 En la mesa que tengo en la oficina. Tengo un cajón que siempre está cerrado con llave. Allí guardo las cartas o los objetos de valor que tengo en la oficina. Y allí guardé la carta.
­ A parte de usted, ¿quién más tiene acceso a la llave?
 Nadie más.
 ¿Cree que alguien de la oficina puede estar implicado?
 No, no lo creo. Comparto despacho con mi sobrino, pero él pertenece a otra empresa.
 ¿Empleados?
 Sí, dos. Christine Davis, mi ayudante. Y Anthony Lorre. Es abogado. Colabora conmigo, pero suele trabajar por libre. No creo que ellos tengan nada que ver. Me aprecian. No solo soy su jefa, soy su amiga.
 ¿Dónde tiene su oficina?
 En el edificio de la Benet Corporation.
 Entiendo. La mantendré informada.

Me levanté de mi silla y le señale la puerta con el cigarrillo dando por acabada la conversación. Ella pareció entenderlo. Se levantó, recogió el velo de mi mesa y se desplazo hacia la puerta. La abrió. Cuando estaba a punto de salir se giró y me lanzó una mirada.

 ¿Sr. Cooper?
 Dígame.
 Haga lo que pueda. Estoy asustada. Me asusto fácilmente. Soy muy sensible.
 Esté tranquila. Estás cosas acaban pronto y sin problemas.
 Estaba pensando… ¿No podría acompañarme a casa? Mi marido está de viaje de negocios y mi hijo está en casa de un amigo… No quiero estar sola… Tengo miedo… ¿Qué me dice?

Abrió la boca y dejó que una de sus manos vagará durante semanas por su pecho.

 Cómprese un perro. La mantendré informada.

Y salió de mi despacho moviendo sus caderas a ritmo de polca. Nunca había echado tanto de menos a Betty.

domingo, 10 de agosto de 2008

1. Noticias de un chantaje II

Apagué la lamparilla de mi mesa. Con una mano encendí una cerilla mientras que la otra abrió un cajón de mi escritorio y sacó mi pistola. Apunté hacia la puerta. Quizá era una actitud excesivamente cauta, pero Manila y los perro salchicha me han enseñado a ser precavido con las visitas nocturnas, desconfiar de las mujeres de ojos grises que visten saris, de los pasteleros y a no ir nunca a un lavabo compartido sin llevar una cuchilla de afeitar y algo de gasolina. Tengo pocos enemigos, pero menos amigos todavía. Me he metido en demasiadas vidas y le debía algo de dinero a los catalanes y estos, por menos de no darles los buenos días podían hacerte cagara por la boca el resto de tu vida.

Llamaron a la puerta de mi despacho.
No contesté.

 ¿Sr. Cooper? – parecía una voz de mujer, pero por el tono también podría haber sido uno de los castratos de la ópera china. Sin dejar de apuntar dije que pasara.

Era una mujer madura de unos cuarenta y tantos largos aunque por su forma de vestir intentara aparentar unos veinte menos. Quizá en otra vida y en otra reencarnación tuviera una figura atractiva, pero en esta resultaba deprimente. Era el ejemplo perfecto de lo equivocado que estaba Dios en el momento de la creación para permitir la existencia de ciertas cosas. No era muy alta pese a los quince centímetros de tacón. Llevaba un sombrero con un velo que le difuminaba el rostro. Sin saber muy bien porque mi estómago lo agradeció. Del sombrero se le escapaban mechones de un rubio que no acababa de encontrar su tonalidad exacta; según la luz iba del pajizo al sucio. Un enorme cuerpo que sufría ajustado en un vestido azul marino cuatro tallas más pequeño. El vestido era demasiado corto para cualquier gusto normalmente desarrollado, pero ella parecía exhibir con orgullo unas babilónicas piernas que parecían soportar un cuerpo lleno de curvas y desprendimientos. Lo primero que vio al entrar fue mi pistola apuntándola directamente a los ojos.

¿Sr. Cooper? –. preguntó con un hilo de voz.
 ¿Quién es usted? Y no me diga que es el hada de los dientes, porque a esa zorra me la cargué a los ocho años cuando no me dejó nada bajo la almohada.
 Diane Tremayne.
Ese nombre sonaba tan falso como las palabras “te llamaré, cielo” en mi boca después de haber pasado la noche con una desconocida que encontré medio borracha en un bar de mala muerte bailando encima de la mesa semidesnuda y con las bragas colgadas el avestruz disecado que colgaba de una pared y que daba nombre al bar.
 Me han hablado de usted – dijo endulzando la voz . Dicen que ayuda a los que tienen problemas.
 ¿Quién dice eso?
 Lo vi escrito en la puerta de un lavabo.
Dejé de apuntarla e hice descansar a la única mujer que dormía conmigo todas las noches sobre la mesa.
 No hay nada como la publicidad gratuita.
Volví a encender la luz e indiqué a la señora Tremayne que se sentará. Así lo hizo. Las patas de mi silla chillaron de dolor.
 Y yo tengo un problema  dijo mientras rebuscaba en un diminuto bolso.
 Si no lo tuviera no habría venido. ¿De qué se trata?
 Ayer recibí esto.
Me alargó un sobre.
 De momento, y hasta que el fiscal no diga lo contrario, recibir correo no es un delito.
 No es el recibir una carta lo que me ha asustado. Suelo recibir muchas cartas. Es lo que esta contiene.
 ¿Un dedo humano? ¿Un feto?
 Algo mucho peor.
 Entiendo.

Le eché un vistazo. Enseguida me di cuenta que la señora Tremayne no estaba muy acostumbrada a tratar con detectives o que sencillamente era perfectamente imbécil. La miré. Me incliné por la segunda opción. El sobre estaba dirigido a una tal Ann Cummings, pero hice como si no me hubiera dado cuenta. Si ella prefería ser conocida como Tremayne, por Tremayne se la conocería. No estaba franqueado. Supuse que quien fuera la había introducido directamente en el buzón. Naturalmente, el sobre contenía una carta. Estaba escrita con recortes de diario. La leí.

Sabemos los que haces los miércoles.
Sabemos lo que haces con Jess.
¿Lo sabe tu marido? ¿Lo sabe tu hijo?
Tenemos la carta.
Recibirás más instrucciones.

PD. Por si no te has dado cuenta, esto es la típica nota de chantaje.

Fingí leer la nota un par de veces. Ella esperaba una reacción, pero solo recibía mi silencio. Pasados un par de minutos le devolví la carta.

 ¿Qué quiere de mí?
 Quiero que descubra quien quiere hacerme chantaje y que recupere la carta a la que aluden. No importa el precio.
 ¿Qué dice la carta?
 Es personal.
 Ya imagino que es personal. Con una lista de la compra es difícil hacer chantaje a no ser que en ella detalle los secretos de su régimen. ¿Qué dice la carta? ¿La existencia de un hijo que desconocía? ¿Una noche de pasión con una bailarina libanesa? ¿Su verdadera edad?
 No me gustan sus modales.
 Quéjese a mi madre. ¿Me va a responder?
 No le importa.
Me estaba empezando a hartar.
 ¿Quién es Jess?
 Un amigo.
 ¿Sabe que el señor Tremayne la existencia de este amigo?
 No creo que eso le importe, sr. Cooper.
 Ya.

Me encendí un cigarrillo.

 ¿No me ofrece uno?  Su voz había adoptado un tono que imagino que ella creía que era de coqueteo. Se inclinó ligeramente para adelante lo que provocó un alud en sus pechos y una nueva queja de mi silla. Se subió imperceptiblemente la falda. Ver aquellos muslos era como ver el templo mayor de Abu Simbel, algo enorme a punto de derrumbarse.
 No. Usted tiene.
Molesta sacó de su bolso una pitillera de hojalata bañada en algo que para un ciego en una habitación oscura podía pasar por oro. Lleva bordadas una J y una A entrelazadas por las bandas de unos ángeles con problemas alimenticios.
 ¿Regalo de Jess?
No contestó. Encendió un cigarrillo y se lo llevó a la boca atravesando el velo.
 ¿Qué pasa los miércoles?
 Nada importante . Una enorme ola de humo salió de su boca.
Su respuesta acabó con mi paciencia.
 ¿Cuánto tiempo lleva haciéndole mamadas a Jess? ¿Cuántas veces le ha escurrido el jugo de sus bragas en la boca?
 ¡Sr. Cooper! – se levantó indignada de la silla, ésta respiró de alivio. – He venido aquí buscando ayuda, no a que me insulten.
 Si no quiere que le insulten no haber nacido.
 Es usted… un… un… ordinario.

No pude contenerme. Me levanté de la silla, alargué la mano y le arranqué el velo de la cara. Lo que vi hizo que me estremeciera. En Manila vi cosas espantosas, pero esto. A lo lejos se oyó el aullido de un perro. Pintada como una fragata aquella mujer realmente creía que era hermosa. Pero su rostro no me recordaba a ninguna virgen renacentista, más bien vino a mi mente una excursión que hice con mis padres de pequeño al Gran Cañón donde mi prima Lindsay se despeño, los equipos de emergencia llegaron tarde y acabó sus días sirviendo de desayuno a una pandilla de mofetas salvajes y rabiosas.

La señora Tremayne me miró con ojos asustados a punto de anegarse en lágrimas, pero en los que creí ver un ligero destello de algo que podía ser deseo. La sola idea me dio miedo. Dejé el velo sobre mi mesa y me senté. Le indiqué que hiciera lo mismo. La silla volvió a chillar prometiendo que no podría aguantar esa tortura mucho más.

 Mire señora Tremayne, o como quiera que se llame. Si no confía en mí no podré ayudarla. O me explica toda la historia o la saco de la habitación dejándole la cara peor de lo que la tiene. Así que encienda uno de sus cigarrillos y empiece por decirme quién demonios es Jess. ¿Estamos?

Bajó los ojos y, por fin, las lágrimas nacieron de ellos. A media mejilla las lágrimas morían. No podían soportar un viaje tan lleno de concavidades, curvas, túneles y agujereadas laderas.

 Tiene razón, sr. Cooper. ¿Puedo llamarle Coop?
 No.
 ¿Y Coopy?
 No. Para usted soy sr. Cooper.
 Entiendo. Solo quería ser simpática y que volvamos a hacer amigos.  Y dejó caer unas enormes pestañas. Estuvieron a punto de rasgarme la camisa.  Estoy muy nerviosa  se llevó un cigarrillo a los labios.  ¿Tiene fuego?
 Sírvase usted misma. Ahí están las cerillas.

Encendió un cigarrillo. Suspiró y nuevas lágrimas nacieron. Sacó del bolso un pañuelo y las secó ahorrándoles la tortura del viaje mejillas abajo.

 A lo mejor le sorprende, pero mi verdadero nombre no es Tremayne. Pero entre nosotros servirá. Mi familia es conocida y no quiero que se vea involucrada en ningún escándalo. Todo esto es más inocente de lo que parece. No quiero que se haga una idea equivocada de mí, sr. Cooper.

Y me sonrió mirándome directamente los ojos. La punta de una enorme y roja lengua apareció entre sus dientes.

 Por eso no sufra, señora Tremayne. Usted no me inspira ningún tipo de idea. Pero continúe, por favor. Me tiene en ascuas. ¿Quién es Jess y qué pasa los miércoles?

domingo, 3 de agosto de 2008

1. Noticias de un chantaje I

Mi nombre es Cooper y soy detective privado.

He sido policía y matón. Dejé ambos trabajos porque se parecían demasiado. Aunque era apreciado por mis jefes, esos pequeños bastardos no confiaban en mí. Cumplía con mis obligaciones, pero tenía un grave problema que aun conservo: siempre me ha gustado volar solo y nunca he creído demasiado en eso que llaman autoridad. Y lo peor de todo, en ocasiones no dejaba de sentir ciertos escrúpulos ante las cosas que me obligaban a hacer en nombre del cumplimiento de la ley o de la santa voluntad del último spaghetti de pacotilla que tenía a más de tres hombres a sus órdenes. Pese a todo lo que había visto y hecho, aun guardaba cierto sentido de lo que era correcto; cierto código de moral y de honor que quizá era adecuado para la época de los samuráis, pero totalmente caduco para estos tiempos que corren.

Dejé aquellos trabajos porque quería seguir mirándome en el espejo sin que lo que viera me hiciera vomitar. Justo en el momento que notaba que me estaba perdiendo; justo cuando empezaba a creer que robar las fotos de una muchacha a la que acababan de violar para venderlas a la prensa era algo normal, o cuando empezaba a creer que la lejía era lo mejor para hacer cantar a algún chino cuyo único pecado había sido comer demasiado arroz y no mirar para otro lado en el momento adecuado.

Asqueado de todo, decidí situarme en un lugar neutral. Ya que luchar contra la corrupción y la violencia es imposible, intentó beneficiarme de este mundo intentando no dejar mi huella en él. Me hice detective privado.

Ahora solo husmeo entre la basura de los desconocidos intentando encontrar aquello que han intentado olvidar. Mi especialidad son los divorcios. Seguir a la esposa para pillarla follando con la hermana de su marido. Seguir al marido y verlo disfrutar en compañía de cuatro marineros rusos que lo atan, le pegan, le meten una porra astillada por el culo mientras él le chupa las tetas a una cabra bizca. Una foto, un informe, un drama y cobrar el dinero.

Es un trabajo sucio.

Y no intervengo en el mundo que me rodea. Solo retrato lo que encuentro y doy a mis clientes lo que me piden; la verdad sobre sus vidas. Cuando vienen a mí les advierto de los beneficios de vivir ignorantes, que la felicidad pasa por no ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor. Ser feliz es intentar acercarnos lo máximo posible a lo que es Jimmy “El boliche”; un idiota que vivía en mi pueblo cuando yo era pequeño y que era feliz untándose en su propia mierda, tocando el acordeón y tirándose de vez en cuando a algún chucho que buscaba un poco de compañía. Jimmy era feliz porque no sabía nada y lo ignoraba todo. Sentí mucho su muerte a manos de aquel grupo de viudas bajitas y troskistas que aterrorizaron los campos de nuestro pueblo. Sin embargo mis clientes… ellos quieren saber. Quieren salir del paraíso y enfrentarse a la verdad. Yo solo les encuentro la manzana que les dará el conocimiento y ellos deciden si quieren morderlas. Decidan lo que decidan, yo cobro mis honorarios.

Y no me implico.

La noche en que empecé a romper todas las reglas con las que había construido mi vida estaba solo en mi oficina. Acababa de cerrar un absurdo caso de tráfico de gallinas suecas que había terminado con algunos cadáveres de más y parte del barrio holandés en llamas, y estaba contando mis honorarios por seis horas de trabajo. Quince dólares. Con esta fortuna me podía permitir una buena cena, o quince mamadas de Bonnie “la loca”, una antigua dietista reconvertida en loca oficial del barrio y puta barata por inconsciencia.

Betty, mi secretaria, había salido un poco antes de la hora de cerrar porque había quedado con tres contorsionistas afganos.
Es buena chica. Estúpida hasta límites inconcebibles, pero su forma de mover las caderas y lo ajustado de su blusa es lo único agradable y con sentido que veo durante todo el día. Volver al despacho después de retozar en la mierda que impregna la ciudad y mi apartamento, y contemplar como Betty se ajusta las medias me hace pensar que no todo en el mundo está perdido.

Y hace un café delicioso.

Metí los billetes del caso en un bolsillo de los pantalones y dejé que mi mente planeara difusa por los recuerdos de mi infancia y su total ruptura con el presente. Recordaba los veranos en la granja de mi abuelo y como nos íbamos con los amigos a robar las tartas en el alfeizar de las ventanas, a fumar cigarrillos a escondidas o colarlos en los barcos de ruedas que trazaban sus dibujos en el río. Ahora esos amigos o estás muertos, o están casados o son políticos. Sea lo sean, un desperdicio. ¿En qué nos convertimos cuando crecemos? ¿Dónde se queda la infancia? La mía murió el día que encontramos el cadáver de Lucille, mi primera novia, en el fondo de un estanque con las piernas metidas en la boca, quince cuchilladas y un tatuaje en el pecho que decía No será la última. Nunca me creí que fuera un suicidio colectivo. Primero porque estaba sola, segundo porque nos queríamos y nunca me hubiera dejado solo. Cuando aparecieron treinta cadáveres más en el pueblo con las mismas características, el sheriff empezó a considerar la idea de pedir ayuda a la capital porque quizá no se trataban solo de coincidencias.

Enviaron un equipo de profesionales, pero no encontraron nada.

El asesino de las piernas, como se le conocía, había desaparecido.

Nunca supieron quién había sido.

Nunca encontraron ninguna pista.


Dos días después encontraron el cadáver del zapatero del pueblo con las piernas metidas en la boca en su tienda y un cartel sobre el pecho que decía FIN. No lo relacionaron con los casos anteriores.


¿Qué me había pasado para recordar estos sucesos tantos años después? ¿Me estaba volviendo viejo?


 Te estás volviendo un sentimental  me dije a mi mismo.


Fumaba tranquilamente un cigarrillo mirando un punto infinito mientras me deleitaba con el cosquilleo del humo en mi garganta. A mi espalda sentía la vida vibrar tras la ventana; notaba el paso de miles de desconocidos que volvían a sus casas atravesando ese racimo de niebla que, como la corrupción, envolvía la ciudad, como la placenta envuelve en el vientre materno a un futuro asesino.


A decir verdad no estaba del todo solo. No tenía debajo de la mesa a una enana que me alegrara la tarde, pero me acompañaban mis mejores amigos; Jack Daniels y Jonnhy Walker. No son muy habladores, pero lo que me interesa de ellos no es precisamente su conversación. Me gustaría poder decir que de la oscuridad emergía una triste y desgarradora trompeta que acompañaba mis pensamientos. Lo siento, no era así. Esto solo pasaba en las malas historias que aparecen en revistas de mala muerte y que venden los ciegos en las paradas de metro. Esa noche la única música que me acompañaba eran los gritos de los inocentes, las sirenas de la policía y los pedos del griego que trabajaba en el despacho de al lado.
Sin embargo, aquella noche estaba extrañamente tranquila. Y eso no me gustaba. Sabía que iba a suceder algo. No había oído ninguna de las flatulencias del vecino y eso solo podía significar una cosa. Problemas. No se si llamarlo experiencia, instinto o preborrachera, pero estaba convencido que aquella noche iba a cambiar el transcurso de mi vida y de la vida de esta ciudad. Mientras me llevaba un cigarrillo a la boca, oí que alguien entraba en mi oficina.