domingo, 24 de agosto de 2008

2. Contactos I

Me costó mucho conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos aparecían ante mí los crepusculares muslos de mi nueva clienta y su sonrisa presuntamente sensual buscando mi bragueta. Toda la noche pensando qué podía contener la carta que fuera tan importante para la señora Tremayne. A la fuerza tenía que ser algo más que una simple carta de amor. Eso provoca una discusión del marido, pero no un chantaje. Había algo más. Y no me gustaba nada que estuviera metida por medio la Benet Corporation, aunque fuera de una forma tangencial. Tendría que ir con cuidado si me veía en la necesidad de investigar dentro de la Benet. No me apetecía buscarme un nuevo enemigo y menos uno como Ben Andrews; el tipo de hombre al que no se debe tener ni a favor ni en contra. Aunque la historia de este tipo resultaba fascinante. Como había conseguido que una pequeña e insignificante inmobiliaria acabara convertida en uno de los grandes emporios de la ciudad y que abarcara desde la construcción de guarderías hasta el patrocinio de equipos de béisbol pasando por productoras de teatro musical o empresas editoriales. Se rumoreaba que parte de ese rápido ascenso se debía a negocios menos legales… Se hablaba de drogas, de prostitución, y de desapariciones en medio de la noche… solo rumores… Aunque ciertas fotografías en mi archivo y los restos en una bolsa de mi mejor amigo después de pasar la noche en una picadora de carne industrial podían demostrar había algo más que simples rumores. No me dormí hasta que el sol no empezó a iluminar la ciudad.

No llevaba dormido ni dos horas cuando sonó el teléfono. Contesté mientras me encendía un cigarrillo y empezaba a buscar una botella de bourbon que siempre guardo debajo de la almohada. El desayuno de los campeones.

Era Betty.

 Dime, cielo. ¿Qué quieres?
 Te llamo desde una cabina, Coop.
 Vaya, veo que por fin has superado el pánico que te dan los teléfonos públicos.
 Todos maduramos, Coopy. Verás, tengo un problema.
 Dime, nena. ¿Qué te pasa ahora? ¿Te has vuelto a romper una uña?
 No, Coop. No es tan importante. Es que no sé cuales son las llaves de la oficina y no puedo entrar.
 Bien muñeca. Tranquila. Respira hondo. Abre el bolso.
Oía sus jadeos a través del teléfono. Supuse que estaría intentando asimilar toda la información.
 ¿Ves el llavero de cuero con una sola llave donde está escrita la palabra oficina?
 Ajá…
 Pues esa es.
 ¿Es esta? Vaya… nunca lo habría imaginado… y eso que la veo cada día. Gracias Coop, eres un sol. Te veo luego.
 Espera encanto. Necesito que me localices a un par de personas.
 ¿Quiénes son?
 Apunta.
 ¿Con un boli?
 Sí, un con boli.
 Pues tenemos un problema.
 ¿Qué problema, nena?
 Pues que no tengo boli.
 ¿Y qué tienes?
 Un lápiz.
 Creo que nos servirá.
 ¿Seguro?
 Seguro, confía en mí.
 Siempre lo hago, Coop.
 Lo se, nena.
 ¿Qué apunto?
 Localízame a Eloise Ritter.
 ¿Nuestra fregona?
 Exacto. A Eloise y a Marie Loizeau. Es importante.
 De acuerdo. Cuando llegues a la oficina ya las tendrás localizadas.
 Gracias. Y prepara café. Se presenta un día duro.
 Hasta luego, jefe.

Y colgó no sin antes pillarse un dedo con la horquilla de la cabina.

Una hora después me presente en la oficina. Antes de subir y empezar con el asunto Tremayne, entré en el Golden rain, mi bar habitual para tomarme un reconstituyente. Allí me encontré a Betty, sentada a la barra, las piernas cruzadas, tomándose un enorme batido de chocolate y contándole a Lou, jefe, camarero y confidente, cuando se quedó encerrada en una sauna con el equipo femenino de natación sueco y como habían tenido que irse quitando ropa para sobrevivir. Betty era lo más cercano que una persona podría estar del renacimiento. Era una Venus de Botticelli echa carne. Era pura sexualidad, puro fuego, puro cuerpo y toda inocencia. Betty era una de las personas más buenas e inocentes que conocía.

 Así que imagínate Lou, yo allí, con veinte chicas más, todas desnudas, con mucho calor, todas sudando, apretadas, muy, pero que muy juntas, frotándonos y tocando sin querer parte íntimas, sudando y claro, que entre que sudas, que te frotas, que te tocan, pues que empiezas a coger confianza y de repente, sin venir a cuento, notó que entre las piernas me ponen una… ¡Hola Coopy!
 Hola cariño. ¿Qué haces aquí?
 Haciendo tiempo. Tengo tantas cosas en la cabeza que se me ha olvidado cuales eran las llaves de la oficina. Así que he entrado aquí y le estaba contando a Lou un par de historias, ¿verdad Lou?

Lou no contestó. En esos momentos estaba de viaje. Cogí una botella de bourbon de detrás de la barra y le dejé el dinero sobre el mostrador.

Salimos a la calle. Subimos a la oficina.

 Por cierto Coop, ¿a quién querías que localizara?
 No importa, muñeca. Ya lo hago yo. Tú… arréglate las uñas.
 Comprendido jefe  y me hizo un saludo marcial guiñándome a la vez un ojo. Lo único que pasaba es que Betty no sabía guiñar los ojos por lo que la dejé luchando con uno de sus pocas limitaciones físicas.

Primero intenté dar con Marie. Aunque de origen francés, era una buena persona; y una de mis mejores amigas. Marie era la dueña de Odradek Editores, una editorial de talante claramente de izquierdas que estaba especializada en ensayo filosófico y en literatura contemporánea tanto americana, como europea y oriental. Amiga de intelectuales, de políticos, de actores y de toda esa purria que estaba considerada como la aristocracia de la ciudad y que solo eran parásitos que se movían por modas y prejuicios, Marie había conseguido ciertas cotas de poder e influencia que utilizaba a su antojo para realzar o hundir lo que le interesaba. Desde la sombra marcaba las directrices de un par de importante periódicos, coleccionaba historias sórdidas de todo el mundo y todo el mundo le debía un favor. Era, en cierta manera, la dueña moral de la ciudad.

Me contestó su secretario.

 Lo siento, la señora Loizeau no está. Estará hasta el domingo en La Habana. Deje su nombre y el tema de su llamada y la señora Loizeau le llamará en cuanto pueda.
 Le dices que ha llamado Cooper. Que me llame. Es importante.
 Siento decírselo, pero al señora Loizeau es una mujer muy ocupada. No puede perder su tiempo con misterios o mensajes a medias. Dígame el tema que desea tratar con ella y un número de teléfono.
 Mira niñato. Dile lo que te he dicho. Te aseguro que el nombre de Cooper le bastará. Si en tres días no he recibido una llamada de ella y resulta que ha sido porque tú no le has avisado puedes irte despidiendo de tus testículos. ¿Queda claro? ¿Has vistos alguna vez como se capa a un caballo? Te aseguro que es una de las cosas más dolorosas y sangrientas que pueden hacérsele a un ser vivo. Tú decides.

Colgué enfurecido. Malditos críos de universidad.

Llamé entonces a Eloise. Tuve la suerte de encontrarla en casa justo cuando ella salía. Iba al trabajo y no podía quedarse hablando aunque era lo que le apetecía porque irse ahora a limpiar la mierda de otros, eso, bueno, le apetecía tanto como partirse una pierna por cuatro sitio o que le violara un oso sifilítico pero qué se le va a hacer, hay que trabajar, que Dios o lo que sea no nos ha hecho a todos ricos que sino otro gallo cantaría pero que podía quedar para comer si yo pagaba que ella iba mal de dinero con lo de la boda de la niña y la fianza de su madre; además, el que algo quiere algo le cuesta e invitarla a comer no me haría ningún daño.

Me encendí un cigarrillo.

Conocía a Eloise desde hacía muchos años. Venía todas las semanas tanto a casa como a la oficina y, mientras limpiaba el polvo o vaciaba las papeleras, me ponía al corriente de todos los rumores que corrían por la ciudad. Detenía su trabajo y apoyándose en la fregona empezaba a relacionar todas las noticias de la ciudad; tanto las que conocía de primera mano como las que le habían contado. Cuando acababa de hablar era mi turno. Yo le contaba algún caso. Pero no la versión oficial, sino la pura y dura verdad. Cuanto más violento y lleno de sangre, mejor. Ella fingía horrorizarse, pero siempre acababa con el mismo discurso. La vida ya no era como antes. En sus tiempos de joven sí que había buenos asesinatos… Y una de sangre… Ahora todos eran aficionados, todas las muertes parecían echas por niños. Mucha elaboración, pero poco corazón. Es que la gente cada vez se toma menos en serio su trabajo.

Pero Eloise era mucho más que una simple fregona. Era uno de los mejores confidentes que podía haber. Siempre he desconfiado de los chivatos de callejón y estación de tren, esos tipos de manos temblorosas y sudorosas que fuman colillas que encuentran los lavabos de los bares y siempre viajan acompañados por un par de moscas revoloteando su entrepierna. Siempre hablan por un precio y lo mismo lo hacen contigo que con la policía. No puedes fiarte de ellos. Su existencia depende de a quien venden la información. Y sus noticias se fundamentan en rumores, medias verdades y palabras susurradas. En cambio, una mujer de la limpieza es el chivato perfecto. Hablan porque les gusta hablar, no porque su vida dependa de ello. Suelen ser mujeres que están al corriente de los rumores de la ciudad. Entre ellas existe un pacto sagrado. Se lo cuentan absolutamente todo. Las mujeres de la limpieza se suelen reunir una vez por semana para merendar en una cafetería y allí cada una cuenta lo que sabe, y luego entre todas relacionan las diferentes historias. Así consiguen crear una red de informaciones, noticias y rumores. Saben donde se esconden todos los muertos que la gente oculta en sus casas. Conocen todos los secretos. Tienen acceso ilimitado a lugares que el resto de los humanos tienen prohibido. Y nadie les da importancia. Nadie interrumpe una conversación porque esté cerca una fregona. No existen para el resto del mundo. Y ellas, en silencio, calladas, siendo totalmente invisibles, consiguen saberlo todo de todo el mundo. Están en todas partes, pero en ningún sitio en concreto. Y no se corría el riesgo de que hablaran con la policía. Ellas solo comunicaban su sabiduría entre ellas y con las personas que tenían confianza. Su precio: un rumor por otro.

Y me interesaba hablar con Eloise… trabajaba en la Benet Corporation.

1 comentario:

Mara Oliver dijo...

No puedo con el nombre de Eloise, me lo grita Tino Casal en la cabeza ;) por lo demás, no dejo de imaginarme a Betty como Betty Paige, espero que salga más