domingo, 10 de agosto de 2008

1. Noticias de un chantaje II

Apagué la lamparilla de mi mesa. Con una mano encendí una cerilla mientras que la otra abrió un cajón de mi escritorio y sacó mi pistola. Apunté hacia la puerta. Quizá era una actitud excesivamente cauta, pero Manila y los perro salchicha me han enseñado a ser precavido con las visitas nocturnas, desconfiar de las mujeres de ojos grises que visten saris, de los pasteleros y a no ir nunca a un lavabo compartido sin llevar una cuchilla de afeitar y algo de gasolina. Tengo pocos enemigos, pero menos amigos todavía. Me he metido en demasiadas vidas y le debía algo de dinero a los catalanes y estos, por menos de no darles los buenos días podían hacerte cagara por la boca el resto de tu vida.

Llamaron a la puerta de mi despacho.
No contesté.

 ¿Sr. Cooper? – parecía una voz de mujer, pero por el tono también podría haber sido uno de los castratos de la ópera china. Sin dejar de apuntar dije que pasara.

Era una mujer madura de unos cuarenta y tantos largos aunque por su forma de vestir intentara aparentar unos veinte menos. Quizá en otra vida y en otra reencarnación tuviera una figura atractiva, pero en esta resultaba deprimente. Era el ejemplo perfecto de lo equivocado que estaba Dios en el momento de la creación para permitir la existencia de ciertas cosas. No era muy alta pese a los quince centímetros de tacón. Llevaba un sombrero con un velo que le difuminaba el rostro. Sin saber muy bien porque mi estómago lo agradeció. Del sombrero se le escapaban mechones de un rubio que no acababa de encontrar su tonalidad exacta; según la luz iba del pajizo al sucio. Un enorme cuerpo que sufría ajustado en un vestido azul marino cuatro tallas más pequeño. El vestido era demasiado corto para cualquier gusto normalmente desarrollado, pero ella parecía exhibir con orgullo unas babilónicas piernas que parecían soportar un cuerpo lleno de curvas y desprendimientos. Lo primero que vio al entrar fue mi pistola apuntándola directamente a los ojos.

¿Sr. Cooper? –. preguntó con un hilo de voz.
 ¿Quién es usted? Y no me diga que es el hada de los dientes, porque a esa zorra me la cargué a los ocho años cuando no me dejó nada bajo la almohada.
 Diane Tremayne.
Ese nombre sonaba tan falso como las palabras “te llamaré, cielo” en mi boca después de haber pasado la noche con una desconocida que encontré medio borracha en un bar de mala muerte bailando encima de la mesa semidesnuda y con las bragas colgadas el avestruz disecado que colgaba de una pared y que daba nombre al bar.
 Me han hablado de usted – dijo endulzando la voz . Dicen que ayuda a los que tienen problemas.
 ¿Quién dice eso?
 Lo vi escrito en la puerta de un lavabo.
Dejé de apuntarla e hice descansar a la única mujer que dormía conmigo todas las noches sobre la mesa.
 No hay nada como la publicidad gratuita.
Volví a encender la luz e indiqué a la señora Tremayne que se sentará. Así lo hizo. Las patas de mi silla chillaron de dolor.
 Y yo tengo un problema  dijo mientras rebuscaba en un diminuto bolso.
 Si no lo tuviera no habría venido. ¿De qué se trata?
 Ayer recibí esto.
Me alargó un sobre.
 De momento, y hasta que el fiscal no diga lo contrario, recibir correo no es un delito.
 No es el recibir una carta lo que me ha asustado. Suelo recibir muchas cartas. Es lo que esta contiene.
 ¿Un dedo humano? ¿Un feto?
 Algo mucho peor.
 Entiendo.

Le eché un vistazo. Enseguida me di cuenta que la señora Tremayne no estaba muy acostumbrada a tratar con detectives o que sencillamente era perfectamente imbécil. La miré. Me incliné por la segunda opción. El sobre estaba dirigido a una tal Ann Cummings, pero hice como si no me hubiera dado cuenta. Si ella prefería ser conocida como Tremayne, por Tremayne se la conocería. No estaba franqueado. Supuse que quien fuera la había introducido directamente en el buzón. Naturalmente, el sobre contenía una carta. Estaba escrita con recortes de diario. La leí.

Sabemos los que haces los miércoles.
Sabemos lo que haces con Jess.
¿Lo sabe tu marido? ¿Lo sabe tu hijo?
Tenemos la carta.
Recibirás más instrucciones.

PD. Por si no te has dado cuenta, esto es la típica nota de chantaje.

Fingí leer la nota un par de veces. Ella esperaba una reacción, pero solo recibía mi silencio. Pasados un par de minutos le devolví la carta.

 ¿Qué quiere de mí?
 Quiero que descubra quien quiere hacerme chantaje y que recupere la carta a la que aluden. No importa el precio.
 ¿Qué dice la carta?
 Es personal.
 Ya imagino que es personal. Con una lista de la compra es difícil hacer chantaje a no ser que en ella detalle los secretos de su régimen. ¿Qué dice la carta? ¿La existencia de un hijo que desconocía? ¿Una noche de pasión con una bailarina libanesa? ¿Su verdadera edad?
 No me gustan sus modales.
 Quéjese a mi madre. ¿Me va a responder?
 No le importa.
Me estaba empezando a hartar.
 ¿Quién es Jess?
 Un amigo.
 ¿Sabe que el señor Tremayne la existencia de este amigo?
 No creo que eso le importe, sr. Cooper.
 Ya.

Me encendí un cigarrillo.

 ¿No me ofrece uno?  Su voz había adoptado un tono que imagino que ella creía que era de coqueteo. Se inclinó ligeramente para adelante lo que provocó un alud en sus pechos y una nueva queja de mi silla. Se subió imperceptiblemente la falda. Ver aquellos muslos era como ver el templo mayor de Abu Simbel, algo enorme a punto de derrumbarse.
 No. Usted tiene.
Molesta sacó de su bolso una pitillera de hojalata bañada en algo que para un ciego en una habitación oscura podía pasar por oro. Lleva bordadas una J y una A entrelazadas por las bandas de unos ángeles con problemas alimenticios.
 ¿Regalo de Jess?
No contestó. Encendió un cigarrillo y se lo llevó a la boca atravesando el velo.
 ¿Qué pasa los miércoles?
 Nada importante . Una enorme ola de humo salió de su boca.
Su respuesta acabó con mi paciencia.
 ¿Cuánto tiempo lleva haciéndole mamadas a Jess? ¿Cuántas veces le ha escurrido el jugo de sus bragas en la boca?
 ¡Sr. Cooper! – se levantó indignada de la silla, ésta respiró de alivio. – He venido aquí buscando ayuda, no a que me insulten.
 Si no quiere que le insulten no haber nacido.
 Es usted… un… un… ordinario.

No pude contenerme. Me levanté de la silla, alargué la mano y le arranqué el velo de la cara. Lo que vi hizo que me estremeciera. En Manila vi cosas espantosas, pero esto. A lo lejos se oyó el aullido de un perro. Pintada como una fragata aquella mujer realmente creía que era hermosa. Pero su rostro no me recordaba a ninguna virgen renacentista, más bien vino a mi mente una excursión que hice con mis padres de pequeño al Gran Cañón donde mi prima Lindsay se despeño, los equipos de emergencia llegaron tarde y acabó sus días sirviendo de desayuno a una pandilla de mofetas salvajes y rabiosas.

La señora Tremayne me miró con ojos asustados a punto de anegarse en lágrimas, pero en los que creí ver un ligero destello de algo que podía ser deseo. La sola idea me dio miedo. Dejé el velo sobre mi mesa y me senté. Le indiqué que hiciera lo mismo. La silla volvió a chillar prometiendo que no podría aguantar esa tortura mucho más.

 Mire señora Tremayne, o como quiera que se llame. Si no confía en mí no podré ayudarla. O me explica toda la historia o la saco de la habitación dejándole la cara peor de lo que la tiene. Así que encienda uno de sus cigarrillos y empiece por decirme quién demonios es Jess. ¿Estamos?

Bajó los ojos y, por fin, las lágrimas nacieron de ellos. A media mejilla las lágrimas morían. No podían soportar un viaje tan lleno de concavidades, curvas, túneles y agujereadas laderas.

 Tiene razón, sr. Cooper. ¿Puedo llamarle Coop?
 No.
 ¿Y Coopy?
 No. Para usted soy sr. Cooper.
 Entiendo. Solo quería ser simpática y que volvamos a hacer amigos.  Y dejó caer unas enormes pestañas. Estuvieron a punto de rasgarme la camisa.  Estoy muy nerviosa  se llevó un cigarrillo a los labios.  ¿Tiene fuego?
 Sírvase usted misma. Ahí están las cerillas.

Encendió un cigarrillo. Suspiró y nuevas lágrimas nacieron. Sacó del bolso un pañuelo y las secó ahorrándoles la tortura del viaje mejillas abajo.

 A lo mejor le sorprende, pero mi verdadero nombre no es Tremayne. Pero entre nosotros servirá. Mi familia es conocida y no quiero que se vea involucrada en ningún escándalo. Todo esto es más inocente de lo que parece. No quiero que se haga una idea equivocada de mí, sr. Cooper.

Y me sonrió mirándome directamente los ojos. La punta de una enorme y roja lengua apareció entre sus dientes.

 Por eso no sufra, señora Tremayne. Usted no me inspira ningún tipo de idea. Pero continúe, por favor. Me tiene en ascuas. ¿Quién es Jess y qué pasa los miércoles?

2 comentarios:

Choupas dijo...

Interesante. ¿Un Marlow pasado de rosca entremezcaldo con Pratchett y un toque de Azarello? Seguiré atento las siguientes entregas.

Mara Oliver dijo...

Xabroncete, este capítulo tan bizarro ya me ha enganchao, aunque no te has molestado ni en quitarle las erratas XD Bueno, han sido pocas, menos de 5 y un gusto por un busto, jejeje, no pun intended :P
Voy al 3 y mañana iré a los contactos.
besotes!!