domingo, 3 de agosto de 2008

1. Noticias de un chantaje I

Mi nombre es Cooper y soy detective privado.

He sido policía y matón. Dejé ambos trabajos porque se parecían demasiado. Aunque era apreciado por mis jefes, esos pequeños bastardos no confiaban en mí. Cumplía con mis obligaciones, pero tenía un grave problema que aun conservo: siempre me ha gustado volar solo y nunca he creído demasiado en eso que llaman autoridad. Y lo peor de todo, en ocasiones no dejaba de sentir ciertos escrúpulos ante las cosas que me obligaban a hacer en nombre del cumplimiento de la ley o de la santa voluntad del último spaghetti de pacotilla que tenía a más de tres hombres a sus órdenes. Pese a todo lo que había visto y hecho, aun guardaba cierto sentido de lo que era correcto; cierto código de moral y de honor que quizá era adecuado para la época de los samuráis, pero totalmente caduco para estos tiempos que corren.

Dejé aquellos trabajos porque quería seguir mirándome en el espejo sin que lo que viera me hiciera vomitar. Justo en el momento que notaba que me estaba perdiendo; justo cuando empezaba a creer que robar las fotos de una muchacha a la que acababan de violar para venderlas a la prensa era algo normal, o cuando empezaba a creer que la lejía era lo mejor para hacer cantar a algún chino cuyo único pecado había sido comer demasiado arroz y no mirar para otro lado en el momento adecuado.

Asqueado de todo, decidí situarme en un lugar neutral. Ya que luchar contra la corrupción y la violencia es imposible, intentó beneficiarme de este mundo intentando no dejar mi huella en él. Me hice detective privado.

Ahora solo husmeo entre la basura de los desconocidos intentando encontrar aquello que han intentado olvidar. Mi especialidad son los divorcios. Seguir a la esposa para pillarla follando con la hermana de su marido. Seguir al marido y verlo disfrutar en compañía de cuatro marineros rusos que lo atan, le pegan, le meten una porra astillada por el culo mientras él le chupa las tetas a una cabra bizca. Una foto, un informe, un drama y cobrar el dinero.

Es un trabajo sucio.

Y no intervengo en el mundo que me rodea. Solo retrato lo que encuentro y doy a mis clientes lo que me piden; la verdad sobre sus vidas. Cuando vienen a mí les advierto de los beneficios de vivir ignorantes, que la felicidad pasa por no ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor. Ser feliz es intentar acercarnos lo máximo posible a lo que es Jimmy “El boliche”; un idiota que vivía en mi pueblo cuando yo era pequeño y que era feliz untándose en su propia mierda, tocando el acordeón y tirándose de vez en cuando a algún chucho que buscaba un poco de compañía. Jimmy era feliz porque no sabía nada y lo ignoraba todo. Sentí mucho su muerte a manos de aquel grupo de viudas bajitas y troskistas que aterrorizaron los campos de nuestro pueblo. Sin embargo mis clientes… ellos quieren saber. Quieren salir del paraíso y enfrentarse a la verdad. Yo solo les encuentro la manzana que les dará el conocimiento y ellos deciden si quieren morderlas. Decidan lo que decidan, yo cobro mis honorarios.

Y no me implico.

La noche en que empecé a romper todas las reglas con las que había construido mi vida estaba solo en mi oficina. Acababa de cerrar un absurdo caso de tráfico de gallinas suecas que había terminado con algunos cadáveres de más y parte del barrio holandés en llamas, y estaba contando mis honorarios por seis horas de trabajo. Quince dólares. Con esta fortuna me podía permitir una buena cena, o quince mamadas de Bonnie “la loca”, una antigua dietista reconvertida en loca oficial del barrio y puta barata por inconsciencia.

Betty, mi secretaria, había salido un poco antes de la hora de cerrar porque había quedado con tres contorsionistas afganos.
Es buena chica. Estúpida hasta límites inconcebibles, pero su forma de mover las caderas y lo ajustado de su blusa es lo único agradable y con sentido que veo durante todo el día. Volver al despacho después de retozar en la mierda que impregna la ciudad y mi apartamento, y contemplar como Betty se ajusta las medias me hace pensar que no todo en el mundo está perdido.

Y hace un café delicioso.

Metí los billetes del caso en un bolsillo de los pantalones y dejé que mi mente planeara difusa por los recuerdos de mi infancia y su total ruptura con el presente. Recordaba los veranos en la granja de mi abuelo y como nos íbamos con los amigos a robar las tartas en el alfeizar de las ventanas, a fumar cigarrillos a escondidas o colarlos en los barcos de ruedas que trazaban sus dibujos en el río. Ahora esos amigos o estás muertos, o están casados o son políticos. Sea lo sean, un desperdicio. ¿En qué nos convertimos cuando crecemos? ¿Dónde se queda la infancia? La mía murió el día que encontramos el cadáver de Lucille, mi primera novia, en el fondo de un estanque con las piernas metidas en la boca, quince cuchilladas y un tatuaje en el pecho que decía No será la última. Nunca me creí que fuera un suicidio colectivo. Primero porque estaba sola, segundo porque nos queríamos y nunca me hubiera dejado solo. Cuando aparecieron treinta cadáveres más en el pueblo con las mismas características, el sheriff empezó a considerar la idea de pedir ayuda a la capital porque quizá no se trataban solo de coincidencias.

Enviaron un equipo de profesionales, pero no encontraron nada.

El asesino de las piernas, como se le conocía, había desaparecido.

Nunca supieron quién había sido.

Nunca encontraron ninguna pista.


Dos días después encontraron el cadáver del zapatero del pueblo con las piernas metidas en la boca en su tienda y un cartel sobre el pecho que decía FIN. No lo relacionaron con los casos anteriores.


¿Qué me había pasado para recordar estos sucesos tantos años después? ¿Me estaba volviendo viejo?


 Te estás volviendo un sentimental  me dije a mi mismo.


Fumaba tranquilamente un cigarrillo mirando un punto infinito mientras me deleitaba con el cosquilleo del humo en mi garganta. A mi espalda sentía la vida vibrar tras la ventana; notaba el paso de miles de desconocidos que volvían a sus casas atravesando ese racimo de niebla que, como la corrupción, envolvía la ciudad, como la placenta envuelve en el vientre materno a un futuro asesino.


A decir verdad no estaba del todo solo. No tenía debajo de la mesa a una enana que me alegrara la tarde, pero me acompañaban mis mejores amigos; Jack Daniels y Jonnhy Walker. No son muy habladores, pero lo que me interesa de ellos no es precisamente su conversación. Me gustaría poder decir que de la oscuridad emergía una triste y desgarradora trompeta que acompañaba mis pensamientos. Lo siento, no era así. Esto solo pasaba en las malas historias que aparecen en revistas de mala muerte y que venden los ciegos en las paradas de metro. Esa noche la única música que me acompañaba eran los gritos de los inocentes, las sirenas de la policía y los pedos del griego que trabajaba en el despacho de al lado.
Sin embargo, aquella noche estaba extrañamente tranquila. Y eso no me gustaba. Sabía que iba a suceder algo. No había oído ninguna de las flatulencias del vecino y eso solo podía significar una cosa. Problemas. No se si llamarlo experiencia, instinto o preborrachera, pero estaba convencido que aquella noche iba a cambiar el transcurso de mi vida y de la vida de esta ciudad. Mientras me llevaba un cigarrillo a la boca, oí que alguien entraba en mi oficina.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Joder Jorge! Quin orgasme de inici! Esperarem a la 2ª entrega amb deliri!

Joan i Alba

Mara dijo...

lo del el Boliche me llegó a la patata, ;) y desde el 2º párrafo más o menos, mi cabeza empezó a leerlo con la voz de Ramón Langa por iniciativa propia y al llegar a Jack Daniels para mí ya tenía la cara y la mala leche de James Cagney, jejeje.

Pinta bien y esos toques de humor tuyo que me enganchan, pero no sé si leérmelo porque dudo que tengas intención de terminarlo :S

Y Betty, subiéndose las medias, me ha dicho que metas la "n" en ese "estás muertos" ;)