domingo, 19 de octubre de 2008

5. Un cadáver en la niebla I

Un policía desvió el taxi y tuvimos que aparcar a unas dos manzanas de treinta y nueve y Norton. La dirección que me había dado Walsh correspondía con un un solar sin edificar a las afueras de la ciudad. Desde hacía unos años corría el rumor que en ese terreno se proyectaba construir bloques de viviendas para los numerosos inmigrantes que llegaban a la ciudad; que esos nuevos ciudadanos dispusieran de un lugar digno para empezar una nueva vida. Sin embargo, hasta el momento sólo eran rumores y el terreo se pudría sin ser útil para nada ni para nadie.

Bajé del taxi. La noche se presentó a mis ojos cubierta con una espesa y pesada niebla. Fría como el pecho de una monja, sus miles de agujas perforaban el rostro clavándose en las mejillas como el desprecio de los episcopalianos en el alma por toda forma de vida ajena a la suya. Putos espiscopalianos... desde el asunto de Bismarck que no podía encontrarme con uno de esos hipócritas y no tener ganas de reventarles la boca a patadas y hacerles tragar tres o cuatro polacos. Saqué de mi bolsillo una pequeña petaca de bourbon y calenté el cuerpo. A medida que me acercaba a la dirección, mis ojos se iban acostumbrando a desentrañar las difusas formas que se alzaban ante mí. Vi los débiles rayos de luz de los reflectores y a mis oídos llegaron los gritos y los insultos del equipo forense. Toda la manzana estaba acordonada y cuatro de los policias más veteranos intentaban disuadir a golpe de porra e ironías a la masa de vecinos que pedían información y que clamaban justicia por la muerte de una desconocida a grito de muerte a los irlandeses. Además, que multitud de periodistas revoloteran por allí con sus preguntas y fotos no ayudaba a tranquilizar los ánimos.

Me acerqué al corón y me encendí un cigarrillo. Un poli bastante joven con una pinta de boy scout que hacía vomitar me detuvo clavándome la porra en el hombro.

- ¿Dónde cree que va?
Aparté de mi hombro la porra.
- El teniente Walsh me ha llamado. Soy Cooper.
- Como si es el papa de Roma o la mismísima virgen María. Por aquí no pasa nadie sin una autorización explícita.
- Tengo la autorización de Walsh. Él mismo me ha llam...
- Teniente Walsh para ti.
- ¿Es tu primer día en la unidad?
- Eso a usted no le importa. Por favor, póngase detrás del cordón.
- Mira chaval, te estás buscando un problema.
Se acercó a mí y sentí su aliento a enguaje vocal de fresa mezclándose con la niebla.
- ¿Quién me va a buscar un problema? ¿Tú, medio irlandés tarado? No se si te habrás dado cuenta, pero voy armado.
- Claro, claro.
Di un paso.
- ¡Qué te estés quieto, hostias!

El muy idiota había conseguido atraer la atención de un par de periodistas. Y precisamente uno de ellos era Jimmy Blakey, la estralla indiscutible del periódico sensacionalista Croth of the city. Blakey era un tipo alto y apuesto, el típico tio que se cree un galán de cine solo por medir cerca del metro noventa y tener los pómulos cincelados en ácero. Conocía a la perfección el poder que ejercían sus encantadores ojos azules en las bragas de las mujeres. Se ganaba la confianza de las madres que acababan de perder a alguna hija en manos de la mafia catalana con cuatro palabra amables y el cuento de su abuela enferma para, cuando estas madres estaban en la cocina preparando chocolate caliente, robar unas brahas de la hija.

- ¿Qué sucede, Cooper? ¿Problemas con la autoridad competente?
- Cállate Blakey.
El joven policía parecía confuso, pero no fue a buscar a Walsh. Supongo que intentaba aparentar lo que no era para luego explicarle la historia a su novia, una fea costurera que le dejaría tocarle las tetas por lo valiente que había sido. Decidí ahorrarle el trabajo de moverse. Le aparté con suavidad y empecé a andar. Me miró como si me hubiera pillado follándome a una sirena.
- ¡Alto!
Oi las fuertes carcajadas de Blakey.
- ¡Alto!
Volví la vista hacia donde había dejado al presidente de honor de la policía juvenil. Había desenfundado el arma y me apuntaba directamente al pecho. Las manos le temblaban más que una bailarina de striptease epiléptica. Suspiré.
-Guarda eso, puedes hacerte daño.
Un disparó resonó en el aire. Delante de mí una de las ruedas del camión forense empezó a desinflarse.

Volví donde estaba mi poli favorito. Lo encontré sosteniendo la pistola con las dos manos como si tuviera en ellas la polla de su mejor amigo. Sudaba como un negro en una reunión del Klan y su rostro estaba blanco como el culo de santa Úrsula cuando la violaban los hunos.
- Se me ha disparado sola - consiguió balbucear entre sollozos.
Le di un puñetazo. Si disparó un flash. El policía cayó al suelo y no se levantó. Quise coger a Blakey, pero éste y su fotógrafo corrían a furgoneta.

Entre la niebla adiviné el perfil de un cuerpo enorme que se abría paso entre el gentío imponiendo la autoridad de un titan. Era Walsh. Medía cerca del metro noventa y cinco y su peso se acercaba a los ciento treinta kilos de puro músculo. Su rostro era lo más parecido a una lápida que hubieran dejado mil años en manos de un picapedrero cojo. Se contaban miles de leyendas sobre él; si había aplastado la cabeza de un sospechoso como si fuera una manzana, que si otra vez había empalado a toda una banda de falsificadores de sellos canadienses. Razonablemente corrupto, conocía las reglas del juego. No preguntaba a quien no debía preguntar, detenía a los que tenía que detener y siempre tenía a mano a un par de inmigrantes para cargarles algún muerto. Pese a todo era un buen policía. Cuando el caso le importaba podía pasarse por sus enormes y peludos huevos todas las presiones que recibía. Nos habíamos conocido en la academia y desde entonces éramos amigos.

- Cooper, ¿me puedes decir qué ha sido ese disparo?
- Aquí el joven que se ha puesto nervioso. ¿Qué no habías dejado dicho que venía?
Walsh ignoró mi pregunta y se encaró directamente con el presidente de los boy scouts. Ésta, avergonzado, mantenía la cabeza baja y trataba de limpiar el uniforme entre las risas de sus compañeros.
- Ellroy, ¿qué has hecho? - su voz rompió la noche provacando el nacimiento de una nueva cordillera y las lágrimas del joven.
- Yo... lo siento mi teniente... pero él... bueno... le di el alto y... no quería...
- ¿No había dejado claro que si venía Cooper le dejarais pasar?
- Acabo de llegar y...
- Mejor te callas. Arregla el jodido uniforme, sécate las lágrimas y vuelve a tu puesto. Mañana pasa por mi despacho y hablaremos del asunto.
- Lo siento, teniente. Lo siento, sr. Cooper. No volverá a pasar.
- Eso espero.
Walsh esperó que el joven Ellroy se alejara para estallar en carcajadas.
- Suerte que a estos críos en la academia se les enseña de todo menos a disparar.
- No te pases mucho con él mañana.
- Tranquilo. Le asustaré un poco y ya está. Lo típico, ya sabes. Un par de gritos y un par de horas encerrado en una sala con los trasvestidos psicóticos que detuvimos ayer por la noche en el puerto.
- Nunca he entendido por qué soy amigo tuyo.

No dijo nada. Me cogió del brazo y empezamos a andar. Me llevó al centro de las luces. Allí la actividad era frenética. Un par de fotógrafos de la policía tomaban sus imágenes. Me pregunté cuántas de aquellas fotos estarían mañana en las primeras páginas de los periódicos. Un reducido grupo del equipo forense rastreaba la zona buscando huellas o algún rastro que pudiera decirles algo. Una pareja de polis intentaba interrogar a unos drogadictos que se apoyaban pesadamente contra una furgoneta.
- Abrid paso, muchachos.
El grupo se abrió.
- ¿Qué te parece?
Era sólo una sábana que una vez fue blanca. Walsh se inclinó. Alrededor de la sábana pude ver cuatro o cinco charcos de vómito. Cuando Walsh apartó la sábana lo entendí.

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