domingo, 2 de noviembre de 2008

5. Un cadáver en la niebla III

Nos alejamos del lugar del crimen dejando que los chicos del forense el trabajo de levantar entre seis el cuerpo y entramos en un bar. El dueño, un viejo griego con pinta de tocar más de la cuenta a su nieta de dieciocho años, había abierto de forma excepcional aprovechando la expectación que había provocado en el barrio encontrar un cadáver.
- Buenas noches - dijo Walsh.
- Buenas noches - dijo el griego. - ¿Saben ya qué ha sido? ¿Una foca monje? ¿Un ballenato?
- Una mujer.
- Por la virgen del Pireo... ¿una mujer? A veces la naturaleza es cruel...
- Sí - dije mientras contemplaba su segunda nariz -. No puede imaginar cuanto.
Nos sentamos en un reservado. Walsh pidió un par de coñacs.
- ¿Quieres uno?
- El coñac es bebida de ricos y de maricas. Y de momento no soy ni una cosa ni otra.
Así que pedí un bourbon.

Encendimos un par de cigarrillos.
- No debería meterme aquí estando de servicio, pero la noche es fría y creo que se las podrán apañar sin mí. Ya son mayorcitos.
- ¿Tenéis algún testigo?
- El cadáver lo encontró un viejo que paseaba a su perro. El chucho empezó a mordisquear algo, el amo se acerca pensando que sería una rata o un inmigrante, pero descubre que su adorable perro, campeón tres años consecutivos en el concurso de mascota más cariñosa, se está comiendo las tetas de una muerta. Por eso tiene los mordiscos y uno de los pezones está a punto de caerse.
- ¿Y el otro?
- Se lo tragó.
Walsh tuvo que dejar de hablar para intentar contener las carcajadas.
- Tengo a mis hombres preguntando a los vecinos. Ya sabes, si han visto u oído algo, pero rara vez llega a algún sitio y menos en un barrio como éste. Aquí se oyen ruidos raros cada noche. Y ya no te digo lo que llegan a ver los niños...
- ¿Y los drogatas?
- Estaban aquí cuando hemos llegado, pero no creo que sepa nada. Están tan colgados que no creo que sepan lo que ha pasado. Hemos necesitado media hora para convencerlos de que no éramos los tres cerditos. Y lo único que dicen es que vino el dragón y les llenó la vida de color.
Trajeron las bebidas. Nos las bebimos de un trago y pedimos otras.
- ¿Y tú qué me cuentas?
- ¿Cómo sabíais que era clienta mía?
- Encontramos su bolso . Tenía una agenda con tu nombre y tus honorarios y la anotación "He contratado al detective privado Cooper y ahora soy su clienta favorita. Es un hombre tan serio, pero imagino que es una fachada para proteger su enorme corazón de cachorro... quizá el ser su clienta favorita le ayude a encontrar a su niño interior". ¿Qué te parece?
- Joder... que busquemos al culpable entre los críticos literarios.
- ¿Para qué te contrató?
- Nada importante. Un chantaje de los más vulgares.
- Suena prometedor. Continúa.
- Una carta que desaparece. Contenido que puede comprometer un matrimonio que todo el mundo cree perfecto. Un marido que parece ser demasiado celoso. Una nota de chantaje. Unos chantajistas.
Y una entrega del dinero donde todo sale mal. Pero a Walsh no pensaba mencionarle el incidente del metro.
- Ya... ¿Hasta dónde has llegado?
- Poca cosa. La niebla es demasiado espesa. Pero tengo un par de ideas.
El camarero trajo nuevas bebidas.
Bebimos en silencio.
- Cooper, ¿sabes quien es el chatajista?
- Tengo una idea.
- ¿Crees que el chantajista puede ser el asesino?
- No lo creo. Sería estúpido pensar eso. Un chantajista no suele matar a la gallina de los huevos de oro. Suele cobrar una y otra vez hasta que su victima queda tan seco como un chino en una lavandería, o lo confiesa todo o...
- O mata al chantajista.
- O mata al chantajista - le concedí a Walsh. - Pero este último caso solo se ve en el cine o en las novelas.
- De momento nos centraremos en el marido. Un repentino ataque de cuernos, generaciones de muertos clamando por el honor de la familia... Es tan vulgar como perfectamente posible.
- Puede ser.
Walsh me cogió un cigarrillo y continuó.
- ¿Quieres seguir con el tema del chantaje? De forma extraoficial, claro.
- Claro, no tengo otra cosa que hacer.
- ¿Conocías el nombre del amante?
- Jess.
- ¿Sólo Jess?
- Supongo que no, pero como no pude asistir a su bautizo no conozco el nombre completo.
- Entiendo - Walsh se tiró un pedo amarillo y lastimoso que pedía a gritos que alguien acabara con su sufrimiento. - Venga, acabate el bourbon. Tenemos que volver. No da muy buena impresión que todo un teniente de policía se emborrache en acto de servicio con un detective de segunda fila.
- No sería la primera vez.
Walsh dejó un billete de diez dólares en la mesa. Dejé que por una vez me invitara.

Volvimos al solar justo cuando ocho hombres levantaban el cadáver y lo metían en una ambulancia.
- ¿Por qué tendría algo escrito en la espalda?
- No lo se Cooper. Espero que no estemos delante de un chiflado.
La ambulancia con el cadáver pasó por delante de nosotros.
- Pobre señora Tremayne...
Walsh me miró sin comprender.
- El muerto.
- No se llamaba Tremayne.
- Ya me figuro que no se llamaba Tremayne. Es el nombre que me dio.
- Su verdadero nombre es Ann Cummings. ¿Sabes quién es?
- ¿La esposa del señor Cummings?
- Sí, Cooper. La esposa del señor Cummings. Pero también es la hermana de Ben Andrews, el todopoderoso dueño de la Benet Corporation - Lanzó la colilla al suelo. La aplató con el pie hasta enterrarla en la arena como se entierran en el cerebro los recuerdos de Manila y la mujer del sari. Por primera vez en toda la noche no le oí en la voz ni un asomo de ironía. - Por el bien del asesino espero que lo encontremos nosotros primero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ui ui ui...!

La germana de Ben Andrews, de la Benet... això es posa interessant...